Mediación en el Divorcio
Qué esperan del mediador quienes concurren a la mediación? En principio, cada parte espera ser reconocida en sus reclamos. Tanto quien es convocado a petición del otro, como aquel que pone en acción el mecanismo, aspiran a ser escuchados y satisfechos en sus reclamos.
Sin embargo, hay una diferencia a tener en cuenta: la persona que movilizó el mecanismo de mediación aspira a un cambio en su intimidad conyugal que implica, muchas veces, la cesación de ésta y, en todos los casos, una modificación en la relación con el otro. La otra parte, si bien puede aspirar también a un cambio, suele vivir esa situación -la mediación- como una traición de su cónyuge, porque convocó a terceras personas a entrometerse en su intimidad. Por ello es habitual que en esta parte haya una desconfianza y disconformismo inicial, que normalmente se manifiesta en una actitud de sentirse ofendido y contrariado por encontrarse en ese lugar.
La realidad es que el mediador ingresa a la vida íntima de quien no lo ha convocado, sin su permiso. El mediador debe ganarse este permiso, legitimar su intrusión. Esta intrusión tendrá que ser transformada en el transcurso de la mediación, para lo cual el mediador deberá actuar con discreción y comprensión con esa parte. Es decir, mostrarle que reconoce que está avanzando en la intimidad de quien no lo ha llamado para que lo haga.
La oportunidad para mostrar este reconocimiento es el primer contacto, aunque éste corresponda al momento en que está explicando las reglas de la mediación. A esta parte que ha sido convocada, habrá que intentar llevarla a la aceptaci¢Àn de la situación en que se encuentra. Para ello se requieren gestos y palabras, siendo en todos los casos conveniente que se trate de palabras pronunciadas y no sobreentendidas.
Al principio, entonces, hay una parte que está más en el lugar y en la situación que la otra. Una vez "habilitado" el mediador ante la subjetividad de quien no lo convocó, o simultáneamente con ello, suele producirse el despliegue de lo que las partes reclaman, donde cada una le pide al mediador que le de la razón en todo. Es decir, le piden que obligue a la otra a algo, como si el poder de dar "eso" que reclama fuera del mediador.
Esta situación opera simultáneamente con el vínculo de odio-amor que mantienen entre ellas, por el cual no se hablan, se agreden, se ironizan o reprochan.
En estos reclamos que formulan al mediador, hay un alto componente amoroso, que suele transferirse imperceptiblemente a los intereses económicos que se debaten y reclaman. Los excesos y deformaciones en los pedidos, aun en aquellos que el derecho expresamente ampara, suelen no obedecer a los fríos cálculos de la negociación sino, fundamentalmente, a estos reclamos afectivos. Tales reclamos afectivos que trasuntan en los pedidos, aunque dirigidos al mediador, constituyen una actualización de reclamos que pudieron haberse hecho alguna vez entre ellos, cuyas fuentes suelen remontarse a las épocas infantiles de cada individuo. Hoy piden al mediador que el otro o la otra les de algo como en esa lejana infancia reclamaron a su madre o su padre que su hermana, su hermano o el vecino les diera algo.
En aquellas lejanas situaciones coexistían un pedido manifiesto en relación a lo que de aquel otro -hermano, hermana, etc.- se pedía, y uno latente, con frecuencia más determinante, de ser preferido en el amor de la madre o a quien fuere que se reclamaba que "hiciera justicia" con relación al otro. En el reclamo de justicia de ese tiempo infantil, se pretendía algo en detrimento del otro, y en ello mismo ser el amorosamente preferido por quien hacía justicia.
Se pone así en escena un componente afectivo que es el elemento mas difícil de abodar por el mediador: escuchar reclamos antiguos de cada parte y poder hablar con quien los formula contemplando ese tiempo anterior y primitivo como para brindarle una mínima satisfacción, o bien una aclaración satisfactoria. Dicha satisfacción puede consistir, simplemente, en que el medidor logre exteriorizar, con sus gestos o palabras, una comprensión de que, además del pedido manifiesto, se le está reclamando amor. Otras veces es lograr que la otra parte haga ese gesto que a él le piden, o que está dispuesto a dar algo, aunque sea una parte del reclamo, u otra cosa que lo pueda simbolizar, o simplemente una mirada en que brille una luz de ternura que hacía tiempo estaba ausente.
Esto no significa que el mediador esté dando todo el tiempo satisfacciones afectivas sustitutivas o explicaciones a las partes. Por el contrario, debe hacerlo para que los intereses actuales de la situación puedan ser determinados en un contexto que no esté supeditado, exclusivamente, a esos reclamos afectivos. Esto es, que los intereses actuales puedan ser discernidos de esa exigencia estrictamente subjetiva, que suele mantenerlos subsumidos a su reclamo de satisfacción.
En esa posición, el mediador ocupa ante cada parte el lugar de una figura tutelar infantil, que varía a lo largo de la mediación y puede ser caracterizada del siguiente modo: Inicialmente el mediador tiene atributos de madre y de padre de manera simultánea, en tanto, en los comienzos del proceso de mediación, hace gala de cortesía brindando a las partes un lugar confortable, les ofrece café, caramelos, papel y lápiz; pero en ese mismo acto les explica los términos del contrato. Es decir, por un lado les da sin pedir nada a cambio, como una madre, y por otro les explica los límites y condiciones de lo que allí se habrá de hacer, como un padre.
Luego, cuando cada parte puede hablar, le pide al mediador que obtenga del otro todo lo que reclama, haciéndole ver lo que sufre y todo aquello de lo que carece y que es por ello merecedor de su amparo. En este registro el mediador recibe el reclamo que se puede formular a una madre capaz de dar todo su amor sin exigir nada. En este "todo por amor" cada parte hace gala de sus mejores armas de seducción para que el mediador lo quiera a él y no a la otra parte. Luego, esa madre comprensiva y amorosa que es el mediador le va mostrando límites que no provienen de su deseo - "si por mi fuera, te daría todo"-, sino de la otra parte y de la realidad: de lo que el otro puede y no puede, de lo que el otro quiere a cambio, etc. En esta posición, a la madre que es, le va aconteciendo la función paterna, limitativa de los reclamos. Se debe distinguir aquí que el mediador da en tanto escucha el reclamo, y que también da al transmitirselo a la otra parte. Eso es en sí, una prueba de amor. Pero a veces en esa función de escuchar el reclamo y pedir al otro, acota el pedido con palabras tiernas y aun con palabras serias. Esa madre va aconteciendo de manera simultánea con la función paterna. Pero aun cuando, como una madre inocente prometa que pedirá al otro todo lo que éste quiere sin acotar su pedido, la respuesta del otro, poniendo un “no” a algunos reclamos, una exigencia a cambio, o un “si” pero menos, acontece también en el mediador una función paterna que le viene impuesta desde el otro. Esto último es el mayor dolor, es casi darle la razón al otro, preferirlo al otro en el amor. Estos son momentos muy críticos en que la parte "herida" puede sentirse no querida y por ello abandonada por el mediador. Este abandono del que se siente víctima, puede llevarlo a su vez a desear abandonar al mediador, esto es, retirarse de la mediación. Este riesgo es de carácter permanente por lo cual el mediador deberá estar siempre provisto de una inmensa dosis de paciencia, como si estuviera tratando con niños de muy corta edad. Actitud que sólo podrá brindar si posee ternura y comprensión, porque el cliente está siendo desgarrado en una ilusión infantil. Y a los niños no se los puede engañar en el terreno afectivo porque ese es su reino originario.