EL ABOGADO DE FAMILIA
Las personas que recurren a nuestros servicios lo hacen para que obordemos una crisis que están padeciendo en su familia.
Para estar en condiciones de brindarle lo que buscan de nosotros, tenemos que tener un conocimiento sobre la situación que debemos intentar resolver con el menor dolor de quienes la padecen, no sólo de quien concurre a nosotros, sino del conjunto familiar.
Para realizar nuestra tarea es indispensable que poseamos un saber sobre tres aspectos, que suelen ser considerados obvios, pero que para nosotros son centrales para la eficacia de nuestros servicios. Estos son:
UNO: ¿Qué es una familia?
DOS: ¿Qué es una crisis y un conflicto?
TRES: ¿Cómo debemos operar sobre ellos para modificarlo?
A continuación trataremos cada uno de ellos:
PRIMER REQUISITO: ¿QUÉ ES UNA FAMILIA?
Esta pregunta requiere ser respondida. Para hacerlo debamos formular una interrogación a esa pregunta. Al decir “es” estamos hablando de algo que está ante nuestros ojos: un conjunto de personas que tienen vínculos de parentesco o convivencia en ese momento. Sin embargo esa es la punta del iceberg porque estamos omitiendo el largo proceso por el que esos vínculos atravesaron hasta llegar a ese momento en que nos vienen a consultar Debemos desentrañar la verdad a partir de esa foto del momento al que tenemos que considerar un instante de una película que viene de lejos. Una apariencia de algo que no se nos muestra y que, para poder actuar, necesitamos desentrañar
Veo el sol y quiero saber la verdad de su estar en el universo del que participa nuestro planeta. Al mirarlo constato que se mueve. Si nos preguntamos si ese movimiento es verdadero, nuestra respuesta es no. Este “no” lo instalaron Kepler, Copérnico y Galiléo que con esfuerzo llegaron a la conclusión de que nuestra visión del movimiento del sol era una apariencia. Percibimos que se mueve porque nosotros estamos en un planeta que gira sobre sí mismo y, como estamos pegados sobre él, no nos damos cuenta que padecemos ese girar, por lo cual nos autopercimos fijos, quietos, inmóviles. Esta quietud nuestra nos lleva a “ver” que el movimiento que padecemos, corresponde al sol.
Partimos de algo ilusorio y que esos grandes pensadores nos develaron, ya que antes el sol se movía para todos y nadie lo discutía, más aun, a Galiléo la iglesia lo obligó a desdecirse, porque este descubrimiento les arruinaba el negocio de que la tierra era el centro del universo creado por Dios, y ser ellos los apoderados legítimos del mismo. Sin embargo la amenaza no detuvo su convicción, atribuyéndosele decir en voz baja, mientras se retiraba del Tribunal de la Inquisición “e per se muove”. Y coherente con su coraje logró que su discípulo preferido –el hijo de su doméstica- lograra saltear el control de la propia hija de Galileo –responsable de que éste se abstuviera de difundir sus ideas luciferianas- enviara sus descubrimientos a Holanda, cuna entonces de una libertad donde la Inquisición no gobernaba.
Tenemos así, en esta ciencia, un ejemplo de que las apariencias engañan. Sin embargo no podemos prescindir de ellas, porque vemos el sol moviéndose aunque hace siglo sabemos que no es así. No sólo eso, mantenemos en nuestro lenguaje cotidiano y aun en el astronómico esa ilusión, cuando decimos que el sol “sale” del Este y “se pone” en el Oeste, aunque demos por cierto que la tierra es la que gira alrededor del sol. En esta situación debemos, para comprender, “cerrar los ojos”, no dar fe a nuestra percepción. Como le ocurrió a Galileo nos ocurre a nosotros: tenemos que estar contra nuestros sentidos, descentrarnos de ellos, para comprender. Todo está dado para que seamos ignorantes. Y nuestra normalidad es serlo porque no podemos estar todo el tiempo descreyendo de nuestras percepciones. Podemos hacerlo un momento. Pero después pensamos en otra cosa y ahí, el sol se mueve y nos manejamos con esa convicción como verdad irrefutable.
Nuestro hábito es considerar que lo que nos brindan nuestras percepciones son la verdad. Y eso nos pasa cuando nos consultan por una crisis familiar. Escuchamos al consultante y damos crédito a lo que nos relata. Nos transformamos en receptores pasivos de su drama según su visión y a nosotros nos vemos como conocedores de lo que el legislador establece en esos casos. Pero nuestra tarea es cuestionarnos nuestra percepción de lo que el cliente nos relata. Este relato del cliente obedece al impacto emocional de ese momento de crisis, que se puede manifestar en pasiones desbordadas, o como un plan obsesivo de cómo salir de esa situación y que nosotros pasivamente le brindemos los instrumentos legales para hacerlo. Esta situación suele ocurrirle a un abogado que no hace la especialidad de familia, o la hace sin tomar una debida distancia con el drama del cliente. Ese no es nuestro caso. Al que viene desbordado de pasión, hay que ayudarle a poner en ella reflexión, al que viene con un plan obsesivamente elaborado, ayudarlo a poner un poco de su pasión. En ambos casos le ayudamos a comprenderse. Y este es el esfuerzo inicial de nuestra tarea: ayudarlo a discernir.
Para ello debemos poder discernir nosotros.
Nosotros, como todos, estamos llenos de mandatos y prejuicios que irrumpen desde lo más lejano a nuestra conciencia. Son como respirar, caminar, comer, algo que está en nuestra naturaleza. En primer término tenemos que estar prevenidos respecto de nosotros mismos para poder brindar nuestro servicio, ya que la verdad de lo que le ocurre pasa por otro lado de su relato inicial. Sin embargo en éste está las claves para acercarnos a lo que se oculta sin saberlo, y por supuesto, nos lo oculta a nosotros.
Nuestro autocuestionamiento para poder escucharlo y ayudarlo debemos saber, por un lado, que esa familia que el cliente nos relata, es el producto de un recorrido, y por otro deshacernos de nuestras creencias de lo que una familia “debe ser”. Este último aspecto es paradójico, ya que nuestra propia familia no responde a ese “deber ser” de la familia. En el primer caso estamos en el campo de la realidad, en el segundo en el campo donde posfetamos en la realidad el ideal de ella.
Lo que “debe ser” una familia, que tenemos incrustado como el sol girando, nos impone considerar que la familia es “una fuente de amor”. Ahí estaríamos fallando, no estaríamos en la verdad, sino en un ideal, una utopía.
Pero mencionamos la “verdad” y es conveniente una reflexión sobre ella. La utilizamos en singular como algo que es así y basta. Este singular es también un obstáculo que debemos desbaratar en nosotros. Ello lo podemos elaborar tomando como ejemplos nos numerosos galileos que existieron en nuestra sociedad. Es decir todos aquellos que desbarataron verdades evidentes para su época, como por ejemplo, que la tierra era cuadrada y que al llegar al borde se caía al abismo.
Lo que hoy es verdad mañana no lo es y este es un atributo de la verdad.
Estos galiléos se encargaron de desmitificar ese concepto de verdad que heredamos de Aristóteles, el de la verdad única dada por la concordancia entre la palabra y la cosa, como ser “La nieve es blanca” y entonces ese aserto es verdadero en tanto cuando miramos la nieve constatamos que es blanca.
Quitemos de lado la percepción daltónica, que tiene la certeza de ver blanca la nieve, aunque esté viendo cualquier otro color. Tomemos la de quienes no lo son. ¿Cómo sabemos que lo blanco de cada uno es ese color que tiene la nieve? Lo percibido no sabemos qué es porque es intransferible a los demás, lo que es transferible es el nombre de aquello que se percibe: las palabras “blanco”, “nieve”.
La verdad muta. Entonces el singular de “verdad” se transforma en algo móvil, en que la verdad pasa a ser “verdades”, es un proceso que no cesa aunque sigamos nominándola en singular, como un caminante que nunca se detiene.
SEGUNDO REQUISITO.- EL CONFLICTO Y SU CRISIS
La crisis es un fenómeno en que las relaciones de una familia, se alteran hasta el punto de tornarlas incompatibles. Esto puede dar lugar a su destrucción o su modificación, . Ejemplos del primero, la muerte o separación de un cónyuge o conviviente sin hijos. Ejemplos del segundo: nacimiento de un hijo, casamiento o convivencia de uno de los progenitores separados con una nueva pareja, incorporación a la familia de alguno de los abuelos. Todo esto puede dar lugar a una crisis.
Dijimos que la familia está constituida por vínculos que se desarrollan en el transcurso del tiempo. Estos vínculos son siempre conflictivos. El nacimiento de un hijo entra en conflicto en la relación que tenía la pareja antes del mismo. Ella se avoca a la crianza del niño y retrae a éste su libido. El niño reclama la exclusividad de su madre y rivaliza con el padre. El padre se siente excluido y, aunque sea feliz con el nacimiento –no siempre ocurre-, la retracción de su mujer hacia él le genera una profunda insatisfacción y con más frecuencia de lo que solemos admitir, celos hacia su hijo por la misma mujer a la que ambos aman o reclaman. Esto ocurre en el transcurso normal de la nueva situación en que se incorpora un nuevo integrante. En la rivalidad con su padre, el niño o la niña crecen sanos, luego la preferencia de la niña crecida por su padre la llevará a peleas frecuentes con su madre a la que ama pero que quiere ocupar un lugar de privilegio con su padre. El niño mantendrá esa rivalidad con su padre de manera no manifiesta y en esa rivalidad se irá identificando con “lo varón”.En lo inconsciente pretende sustituirlo en el vínculo con la única mujer que le está prohibida: su madre.
Entonces, el devenir de la familia, es el desarrollo de vínculos conflictivos que se van modificando. Estamos hablando de una normalidad que no supone una armonía. O bien, la armonía es que tales conflictos sean elásticos como para irse adaptando a los diversos tiempos y modificaciones que en la familia van ocurriendo.
Tomemos el ejemplo anterior: el sistema solar. Su normalidad es el tironeo de dos fuerzas que se compensan; la centrífuga, que impulsa hacia fuera y la centrípeta que lleva a la atracción de los planetas hacia el sol. Ese equilibrio es un conflicto entre, por lo menos, estas dos fuerzas. Si una de ellas se potencia en desmedro de la otra se produce una crisis en que el equilibrio conflictivo solar se altera. Si en algún planeta predomina la fuerza centrífuga, es arrojado fuera del sistema navegando en el universo y sus riesgos. Si predomina la centrípeta, es atraída por el sol, deshaciéndose. En ambos casos estamos ante una crisis de ese devenir del vínculo.
Debemos agregar que los vínculos conflictivos son predominantemente invisibles, se los aprehende por sus efectos, por manifestaciones que se pueden decodificar: la sopa fría, el olvido de fechas significactivas, quedarse dormido/a en plena relación amorosa, el no ceder el paso, no abrirle la puerta del coche, y un etcétera tan largo como la misma palabra sin abreviatura. El amor, el odio, los celos, la envidia, etc, no son visibles como tales, sino por las conductas o palabras con que se exteriorizan.
TERCER REQUISITO: ¿CÓMO DEBEMOS OPERAR?
Tener en cuenta esta manera de pensar la verdad, el conflicto, la crisis, permite al profesional, tomar en cuenta que el devenir incierto de los vínculos en que su cliente está comprometido y que abarca al conjunto de su familia, es un aspecto central de su estrategia.
Sin estrategia y su cuota de incertidumbre, el abogado
Las personas que recurren a nuestros servicios lo hacen para que obordemos una crisis que están padeciendo en su familia.
Para estar en condiciones de brindarle lo que buscan de nosotros, tenemos que tener un conocimiento sobre la situación que debemos intentar resolver con el menor dolor de quienes la padecen, no sólo de quien concurre a nosotros, sino del conjunto familiar.
Sin estrategia y su cuota de incertidumbre, el abogado sale del campo de la especialidad de familia. Está en el que aprendimos en las facultades de derecho de todo el país:acatar el interés del cliente, haciendo un recorte de sus vínculos, con un único objeto: ganar, obtener el máximo de lo que su cliente le plantea que quiere lograr. Con ello le impide al cliente comprender las pérdidas que le implican sus intereses inmediatos al no mostrarle que están involucrados en los vínculos con los integrantes de su familia. Esta ceguera lo lleva a derrapar en logros pírricos, como ser esquivar el pago de alimentos y enloquecer a la madre de sus hijos que, de ese modo, serán hijos de una madre enloquecida. Y una madre enloquecida cría hijos que odian al padre. De este modo el padre pierde su “ser padre” de verdad. Los hijos tienen ese modelo desdichado que les inscribirá una tendencia a repetirlo: si son varones a no ser padres, si son mujeres a que sus hijos no tengan padre. Tendencia decimos y no certeza, ya que los modelos, las maquetas en que nos formamos como humanos, no dependen sólo de los progenitores reales sino de las historias familiares pretéritas y de las circunstancias contemporáneas a la crianza, en la que intervienen otros vínculos, parientes, amigos, personal doméstico, y los que provendrán del ámbito social y las inclinaciones innatas.